martes, abril 06, 2010

Cuentan que en Oaxaca

Fue una manera diferente de comenzar la semana. El lunes anterior habíamos comenzado la aventura saliendo de Vigo, y al lunes siguiente ya estábamos en Puebla rumbo a Oaxaca.
Fue increíble volar hasta Madrid, con los nervios a la espalda y las carreras en busca del morral olvidado, la pérdida de los 80 euros dibujados y los 20 pesos prometidos, la espera de sabernos en la TSatélite, juntos como residente legal y europea con nombre en más de un documento oficial, juntos con anillos compartidos, juntos con Libro de Familia, juntos con ropas repartidas entre maletas, juntos con Azularina, Panchita y Marciano... Juntos con todas las de la ley, la ley de que todo era igual, de que nosotros éramos los mismos, pero de que muchas cosas habían cambiado, e iban a seguir cambiando, y ahí comenzábamos a trazar una nueva huella definitiva para muchos, que se podrían considerar ajenos o incrédulos.
Y hablando de creer, creo que no me creía estar yendo a una lugar tan al sur, donde los propios mexicanos dicen que es una zona diferente y hermosa. Para empezar ni me creía haber cambiado la fría humedad de Vilagarcía por la contaminación del DF, con la calidez poblana, y ahora íbamos a un estado de México que ni Augusto ni yo conocíamos, pero que teníamos muchas ganas de visitar.
Óscar nos acompañó amablemente a la central de buses -CAPU- allí tomaron un café muy caliente, mientras fui testigo de confidencias entre padre e hijo con recuerdos ahumados y planes de futuro inmediato, e intentaba además encontrar el equilibrio visual entre una concha blanca y otra negra, dulces que no acabaron de encantarme.
Subimos a un mítico ADO y el sol nos acompañó todo el viaje. Siempre que viajo observo el paisaje que me toca ver, sobre todo las líneas, las luces, los colores, los ambients, las sorpresas...
Las montañas del horizonte eran suaves y fuertes al mismo tiempo, y como siempre, azules... Nos acompañó casi todo el viaje un volcán, no sé cual, pero era impresionante ver el pico nevado en casi todo el trayecto... Las líneas de alta tensión también fueron constantes, y a veces parecían enmarcar un pentagrama con notas de colores...
Hasta vi un toro de Osborne, el que faltaba!! y me acordé de la primera vez que fui a Guadalajara desde Morelia... uff, atravesando estados unidos mexicanos... atravesando cambios.
Los verdes eran distintos, no tan verdes como el verde del país, pero sí un verde bien verde que aliviaba bastante algunas zonas de tanto cactus. Me impresionó ver como una especie de bosque infinito de nopales enormes (mucha insulina natural salida de la tierra; muchas espinas a flor de piel).
Eran 4 horas de viaje continuo y como era de esperar, me dormí... Al despertar fue inevitable saber que ya estábamos atravesando un lugar nuevo: el verde de antes ya no se veía, y todo era tierra rojiza... Ya no había praderas, si no muchos árboles pequeños en tonos tierra verde o verde oliva.
Una tierra que se veía muy cálida, que contrastaba de manera espectacular con el azul... el azul del cielo.
...que quizá era más azul de lo que se puede apreciar.
El peaje nos indicó que pronto llegaríamos al destino.
Las estatuas-rotondas del bienquerido Benito Juarez fueron la bienvenida al lugar.
Sorprendente fue ver con mis propios ojos las afueras de esa ciudad, una de muchas, con la infinidad de casas (o mejor dicho “viviendas”) que lo invadían todo, donde un montón de gente vive...
...o más bien, sobrevive.
Al cabo de unas horas, de ser conscientes de que hacía calor de verano, de descubrir que en el morral de Augusto ya no estaban su cuaderno de dibujos ni el libro-regalo de Montse y Fer, de ubicarnos en el precioso hotel, de cambiarme el catéter, y de encontrar un lugar donde comer...
Nos sentimos invadidos por la pobreza de muchos, y muchas, oaxaqueñ@s...
Nunca nos habían rodeado tantos indigentes, pero impactados porque la mayoría eran niños y ancianas, que no podían ni con su alma, pero cargaban chingaderitas como si fueran extensiones de su propio cuerpo, y las palabras para vendérnoslas salían solas, como si estuviesen rezando.
Nos dimos cuenta de que nos trataban como si fuésemos la pareja de españoles que estaban en una mesa cercana... fue raro para los dos... Augusto sintiéndose turista en su propio rancho, y yo pareciendo gringa, mientras aquí muchos dudan de mi nacionalidad española.
El calorcito con las comidas nuevas...
Los so-portales, disfrutando de las vacaciones como merecíamos... Las músicas, las flores, en especial las nochebuenas, los árboles de las plazas más céntricas...
Los mercados, los aromas de las calles llenas de vendedores...
... con las bolsas del mandado.
Las trenzas, los lazos...
las blusas bordadas a mano...


Los huaraches, los rebozos, las calacas, los nopales...
Las piñatas y banderitas...
El mezcal con el gusanito real (y una botellita para E)
Los chapulines que de sólo verlos me picaban las piernas, y que del asquito no pude hacer una foto decente...
Los olores tan fuertes... los quesos de Oaxaca, también trenzados...
Los cacahuates enchilados...
...y el café, granos para moler, para beber, y para decorar.
Las familias que trabajan juntas a pie de calle, o a pie de la catedral, con sus niños que no van a la escuela.
Las galerías y los museos... Los cafés para tomar café...
Variadas meriendas y desayunos deliciosos...
Carteles concienciando por el aborto legal y campañas sobre la diabetes...
Manifestaciones de indígenas, pretendiendo ser escuchados... Bicis muy folclóricas para vender frutas...
Café, calor, color... Toda esta desconexión como preparativo para llegar al gran árbol: el gran Ahuehuete del Tule...
Un taxi para nosotros que nos llevó, nos esperó y nos trajo...
Augusto y yo posando delante del árbol más viejo del mundo... y grande también verdad?? si hasta la iglesia se ve chiquita.
Paredes de colores con árboles en todas las calles...
MAyAM allí.
Y para despedirnos, un beso de cafetal y una comida inesperada en casa de la sonriente Olivia y su familia. El regreso a la central de buses, las prevenciones por la influenza... El descanso del regreso a Puebla, y la impaciencia deseosa de Daniel esperándono en pijama.
Eso fue lo último que vimos de Oaxaca. Todolodemásquenoseve se queda en la satisfacción de haberlo registrado todo, en especial las casi 200 fotos de estar con el árbol más viejo del mundo...
A P y M también les gustó mucho la aventura ;)

1 comentario:

Oriol Arisa dijo...

Qué cosas tienen las tecnologías modernas... ayer gracias a Internet descubrí que un pariente lejano residente en Méjico se dedica a la pintura, y hoy me encuentro con éstas palabras maravillosas sobre un viaje a Oaxaca.

No sé qué es lo que me atrae de un país en el que aún no he estado; quizás son las coincidencias y las afinidades artísticas: siento un gran cariño por la pintura de exvotos, y en eso los mejicanos son maestros. Y como tengo el defecto o la virtud de sublimar demasiado las cosas, quizás algún dia pegue un salto desde el Mediterráneo y ponga los pies por ahí.

Un saludo cordial!

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