Hubo un amanecer de locas luces, el mar se veía grisáceamente pesado. El mar estaba revuelto, la gaviota también gris atacaba al pingüino azul. Los cajones de colores contemplaban la escena como siempre, aparentemente estáticos, tranquilos, pacientes.
El viento sopló fuerte, muy fuerte. Prendas vecinas salieron volando y se perdieron por allí. Hasta que el aire se calmó y dejó ver el resplandor dorado del mismo amanecer.
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