jueves, octubre 13, 2022

Le Petit Garage, mucho más allá de sus luces y sus sombras

 

La banda de Petit Garage (bolígrafo sobre papel; 9 x 14 cm) 

Dibujo hecho en la completa oscuridad del directo (octubre, 2021)

Cerdos impostores decían llamarse en lo que fue su gira "Le Petit Garage", de aforo reducido y enmascarillado, para la que tuve el regalo de 3 entradas en zona A y solo decidí usar una de ellas. Una por descoloque emocional, otra por gratitud amistosa, y la otra por dignidad llovida.

 Publicado aquí un año después de tanto, del todo y la nada (otoño 2022).

 

Inquietudes de Ara Malikian (bolígrafo sobre papel; 9 x 14 cm) 

Dibujo hecho en la completa oscuridad del directo (octubre, 2021).


*Algunos de los incontables movimientos de Ara Malikian envuelto en brillos de escenario.

 

 

* Escribí esto en noviembre de 2021 con idea de dejarlo publicado desde entonces:

La ocurrencia de un calamar robótico brillando entre búhos y cerdos. Oficina de alienígenas. Hermanas y un tío que no era tío perdido en delirios habaneros. Jarabes y horarios extraños para cerrar.  Una banda de músicos tan talentosos como lo infinito de sus rizos.

Sentirme afortunada de escuchar la historia creada por Kairo y vivir la experiencia al completo en primerísima persona, viendo y escuchando al protagonista cuentacuentos y mago del violín: Ara Malikian, y su banda.

Sabía la historia de Ara por lo que mi amiga Loli me contaba, por sus árboles besados en aquel ilusionante viaje a Armenia, y poco más.

A finales de este verano vi “Una vida entre las cuerdas”. Me impactó mucho más de lo que imaginaba, en especial el sentimiento de vida de artista a pesar de todas las dificultades socio-políticas.

No estaba nada planeado, y la improvisación jugó a nuestro favor, tanto que tuve entradas para el pase de la tarde y el de aquella noche de discreta luna creciente.

Abrí la mochila verde, olvidada desde la última vez que pisé CDMX, para guardar mis porsiacasos diabéticos, frutas, almendras, una libreta, un bolígrafo de colores, un regalo-trueque y poco más.

Silencio, expectación y un rotundo prohibido grabar (de ahí salieron estos dibujos “sin ver”). Comienza el show y desde las primeras notas hasta las últimas, pude saborear todo el repertorio, algo así como percibir la armonía de colores en un cuadro bien pintado o la mezcla de ingredientes en una receta bien elaborada. Todo sonaba y se escuchaba genial.

La buena onda que transmiten entre ellos es cierta, y eso se nota cuando se vive tanto arriba y como abajo del escenario. Además llega al público de una manera especial y única que no siempre se percibe. Que la profesionalidad y la fluidez de Iván Melón Lewis, Iván Ruiz Machado, Dayan Abad García y Georvis Pico Milian, vayan de la mano es tarea delicada, y cuando surge es una maravilla.

Era un paréntesis espacial en estos tiempos de pandemia infinita en un mundo que no pertenece a nadie.

Emoción, cercanía, libertad y arte entre artistas.

Fue lo mejor de mi otoño.

Dayan, gracias por este “agasallo máxico” (octubre, 2021).

 

** En enero de 2022 comencé a cambiar detalles clave porque todo me lo voltearon: 
 

La ocurrencia de un calamar robótico brillando entre búhos y cerdos. Oficina de alienígenas. Hermanas y un tío que no era tío perdido en delirios habaneros. Jarabes y horarios extraños para cerrar.  Una banda de músicos tan talentosos como lo que va quedando de sus rizos.
  

Sentirme afortunada de escuchar la historia creada por Kairo y vivir la experiencia al completo en primerísima persona, viendo y escuchando al protagonista cuentacuentos y mago del violín: Ara Malikian, y su banda.  

Sabía la historia de Ara por lo que mi amiga Loli me contaba, por sus árboles besados en aquel ilusionante viaje a Armenia, y poco más.  

A finales de este verano vi “Una vida entre las cuerdas” de Nata Moreno. Me impactó mucho más de lo que imaginaba, en especial el sentimiento de vida de artista a pesar de todas las dificultades socio-políticas. 

No estaba nada planeado, y la improvisación jugó a mi favor, tanto que tuve entradas para el pase de la tarde y el de aquella noche de discreta luna creciente. 

Abrí la mochila verde, olvidada desde la última vez que pisé CDMX, para guardar mis porsiacasos diabéticos, agua, frutas, almendras, una libreta que se llenó de renovados y desafiantes azules, un bolígrafo de colores, un regalo-trueque que pasó de super agradecido a despreciado... y poco más. 

Nervios compartidos, expectación, silencio y un rotundo prohibido grabar (de ahí salieron estos dibujos “sin ver”). Comienza el show y desde las primeras notas hasta las últimas, pude saborear todo el repertorio, algo así como percibir la armonía/equilibrio de colores en un cuadro bien pintado o la mezcla de ingredientes en una receta bien elaborada. Todo sonaba y se escuchaba genial. 

La buena onda que transmiten entre ellos es cierta, y eso se nota cuando se vive tanto arriba y como abajo del escenario. Además llega al público de una manera especial y única que no siempre se percibe. Que la profesionalidad y la fluidez vayan de la mano es tarea delicada, y cuando surge es una maravilla. Que se solapen actitudes machistas, también va en parte de esta banda.

Era un paréntesis espacial en estos tiempos de pandemia infinita en un mundo que no pertenece a nadie. 

Emoción, cercanía, libertad, arte y tantos secretos entre artistas. 

Sentí que había sido lo mejor de mi otoño, pero fue lo peor de mi invierno.

Dayan, gracias por este “agasallo máxico” que convertiste en humillante, doloroso y decepcionante, rompiendo una amistad de más de 20 años... sin más.

 

*** En mayo de 2022 también me ví obligada a modificar el texto que en su momento les pareció una delicia; algunos me daban la enhorabuena por mis palabras para luego amenazarme y silenciarme:

 

La ocurrencia de un calamar robótico brillando entre búhos y cerdos. Oficina de alienígenas. Hermanas y un tío que no era tío perdido en delirios habaneros. Jarabes y horarios extraños para cerrar un evento de Cultura segura en aquel momento de libre acceso y sin ola contagiadera.  Una banda de músicos tan talentosos (musicalmente hablando) como lo infinito de sus rizos.


Sabía de la historia de Ara por lo que mi amiga Loli me contaba, por sus árboles besados en aquel ilusionante viaje a Armenia, y poco más.


A finales de este verano vi “Una vida entre las cuerdas” dirigido por Nata Moreno. Me impactó mucho más de lo que imaginaba, en especial el sentimiento y la realidad de vida de artista a pesar de todas las dificultades socio-políticas.


Sentirme afortunada de escuchar la historia creada por Kairo y vivir la experiencia al completo en primerísima persona, viendo y escuchando al protagonista cuentacuentos y mago del violín, Ara Malikian, fue inolvidable.


No estaba nada planeado, y la improvisación jugó a nuestro favor como reflejo de una amistad que creía tan sincera como peculiar desde hace décadas, con acceso para los increíbles pases de aquella tarde soleada y noche de discreta luna creciente.


Abrí mi mochila arbórea, olvidada desde la última vez que pisé CDMX, para guardar mis porsiacasos diabéticos, agua, frutas, almendras, un bolígrafo de colores, una libreta en blanco que se llenó de renovados azules, un regalo trueque que se fue al olvido y ya.


Nervios compartidos, expectación, silencio y un rotundo prohibido grabar. De ahí salieron estos dibujos “sin ver”, que necesité trazar a oscuras en un papel sobre mis piernas, mientras me dejaba envolver por la música. Comienza el show y desde las primeras notas hasta las últimas, pude saborear todo el repertorio desconocido para mí hasta entonces. Fue algo así como percibir el inexplicable equilibrio de colores con sus luces y sus sombras en un cuadro bien pintado o la deliciosa mezcla de ingredientes en una receta bien elaborada. Todo sonaba y se escuchaba genial. Era un paréntesis espacial y palpable en tiempos de pandemia infinita en «este mundo que no pertenece a nadie».


La buena onda musical que transmite la banda al completo es cierta, y eso se nota cuando lo viven tanto arriba y como abajo del escenario. Además llega al público de una manera especial y única que no siempre se percibe. Que la profesionalidad y la naturalidad de Ara Malikian, Iván Melón Lewis, Iván Ruiz Machado, Dayan Abad García y Georvis Pico Milian vayan de la mano, es tarea delicada, y cuando surge es una maravilla, como ver un espectáculo de natación sincronizada sobre el escenario. Pero la misma facilidad tienen para solapar malentendidos con silencios absolutos que ellos mismos convierten en actos machistas.

 



Emoción, cercanía, libertad y arte entre artistas

 

Sentí que había sido lo mejor de mi otoño, pero se convirtió en lo peor de mi invierno.


Dayan: Gracias por este “agasallo máxico” que convertiste en engañoso y humillante. Que tu silencio apague tu música, con la de «tu ángel» y los demás. Más allá de tus manos está saber hacer el mejor arreglo para esta canción... Como siempre.


Marthazul (otoño 2021-primavera 2022).

 


 

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