Mientras recolectaba cabellos ajenos (y ahora tan propios) mi melena se iba decolorando con la fuerza del sol. Como un intercambio natural, como la ofrenda de mi Azul eléctrico que se fue integrando en un paisaje de sueños… El Verde no se fue, y el Azul se evaporó… Se quedó sembrado en el verdor de los parques, en el cielo más azul con su infinita luz, en las piedras y en las flores, en la fuerza del agua y de los árboles… En la amabilidad de las gentes, en las miradas y sonrisas de los niños… En las crines de un caballo guiado por tierras cenizas… En el maíz (también azul), en la sal y el limón, en las semillas curativas, en las frutas sin chile y en los cacahuates picosos… En los tejidos de mil colores y en las tantas chingaderitas… En las 24 horas compartidas con una gran mujer… En las dosis de insulina con el café y la sangre derramada… En el amanecer de una azotea soñando en vivo el sol rayado de una canción, y en un vocho blanco hacia el sur pintando un viaje increíble... En las nubes más chingonas deshechas por un aguacero de emociones… En las sonrisas y los abrazos… En las despedidas de un "regreso pronto"... En el fuego del Sol y de Luna... Y en la magia de esas estrellas,
Marthazul.
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